un probable impostor

 

Según todas las buenas lenguas, Harold Alvarado Tenorio, un nieto de carniceros, nacido en un pueblo seudo aristocrático de Colombia seis días después del fin de la Segunda Guerra Mundial, que fuera expulsado de todos los colegios de Buga por sus desacatos a los dogmas del catolicismo, llegó a Bogotá a los doce años, donde también fue desalojado de otros varios, para concluir su bachillerato en una pocilga de dos filocomunistas en la calle 12 con carrera 4, años que pasó en una pensión para toreros desahuciados de propiedad de un cordobés, donde entre remiendos de trajes y fabricación de banderillas, Mario Cataño componía hojas de vida de los diestros y les hacía hacer dibujos en sus posturas toreras por pintores muertos de hambre pero con una sed descomunal, que calmaban en las cantinas de la Perseverancia. A dos cuadras de allí estuvo la verdadera escuela literaria y moral de Alvarado Tenorio: la cafetería El Cisne, donde recibió clases de habituales contertulios como Rogelio Salmona, Santiago García, Marta Traba, Ramón Pérez Mantilla, Francisco Posada, Guillermo Angulo, Hernando Valencia Goelkel, Enrique Grau, Fanny Buitrago, Nicolás Suescún, Augusto Díaz Saldaña y Freddy Téllez mientras recaudaba ciertos fondos leyendo la mano a las señoras bien que venían desde el norte a recibir los aires de vanguardia que allí se respiraban y una divina lustrabotas manizalita lo acercó entre sus piernas al mismo paraíso.

 

Alvarado Tenorio frecuentaba la recién inaugurada Biblioteca Luís Angel Arango, unas cuarenta sillas de cuero y tachones de metal que ocupaban el centro de la sala de la Hemeroteca de hoy, rodeada por los anaqueles que guardaban las fichas de los libros. Allí leyó por primera vez a Borges en Historia Universal de la Infamia, en la edición de Tor de 1935, quedando deslumbrado con esos bosquejos que anunciaban al Borges de El Aleph. Historia Universal de la Infamia está compuesta desde las Vidas imaginarias de Marcel Schwob a partir de otras conocidas a las que impuso los mismos destinos pero con variaciones que parecen surgidas de la máquina del tiempo de Wells. The Gangs of New York de Herbert Asbury sirvió para componer la historia de Monk Eastman, un pistolero judío; otro tanto hizo con Billy The Kid y con John Murrell que terminó siendo El atroz redentor Lazarus Morell, un implacable traficante de negros o con El impostor inverosímil Tom Castro, etc. Casi todos extraídos de artículos que aparecieron en la edición décima de la Enciclopedia Británica. Borges, como los artistas del oriente, copiaba tanto el modelo hasta que lograba disolverlo en un original.

 

Desde entonces y por más de cuarenta constantes años Alvarado Tenorio se dedicó a inquirir los secretos del arte borgiano, abandonando la búsqueda tras haber descubierto la inutilidad de sus propósitos: nadie puede saber los secretos de otro, no son secretos, son habilidades adquiridas a partir de prolongadas prácticas y meditaciones irrepetibles. Por eso todos sus intentos borgianos lo han delatado y hoy es apreciado como farsante, un escritorzuelo que se complace en mortificar a sus contemporáneos con la pretensión de ser uno de los mas eficientes imitadores del genio.

 

Una de sus primeras aventuras fue proponer un prólogo de Borges para su libro Pensamientos de un hombre llegado el invierno, título inconcebible y que Umberto Cobo, el mejor crítico de la Generación desencantada considera un equívoco. ¿Cual invierno en un país donde hace sol y en el cual si llueve no escampa? Pero Alvarado llevó su osadía hasta crear en el propio Borges una cadena de confusiones borgianas: Norman Thomas di Giovanni, le hizo con una obsoleta Bilora Boy una foto con él en la capital de Islandia, luego dijo que Borges le había enviado el prólogo y por último el maestro ciego y entrado en años decidió indagar por si propio si Alvarado Tenorio existía o era otra invención de Morel, es decir Bioy Casares.

 

Hoy sabemos que Alvarado Tenorio confeccionó esos materiales a partir de las revistas Sur que la había regalado Doña Amira de la Rosa, mientras almorzaba en casa de la diplomática barranquillera, aliviando las afugias que pasaba en la pensión de la gallega Concepción López Castaño, la Conchi, en la madrileña calle del Pez 6. Y que Borges, que ya había practicado abundantemente la misma doctrina, en la posdata que puso a  El Inmortal en 1950 había sostenido que:

 

“Entre los comentarios que ha despertado la publicación anterior, el más curioso, ya que no el mas urbano, bíblicamente se titula A coat of many colours (Manchester, 1948) y es obra de la tenacísima pluma del doctor Nahum Cordovero. Abarca unas cien páginas. Habla de los centones griegos, de los centones de la baja latinidad, de Ben Johnson, que definió a sus contemporáneos con retazos de Séneca, del Virgilius evangelizans de Alexander Ross, de los artificios de George Moore y de Eliot y, finalmente, de «la narración atribuida al anticuario Joseph Cartaphilus». Denuncia, en el primer capitulo, breves interpolaciones de Plinio (Historia naturalis, V, 8), en el segundo, de Thomas de Quincey (Writings, III, 439); en el tercero, de una epístola de Descartes al embajador Pierre Chanut; en el cuarto, de Bernard Shaw (Back to Methuselah, V). Infiere de esas intrusiones, o hurtos, que todo el documento es apócrifo.”

 

Recordando que él mismo Borges le habría dicho: Usted, Alvarado, debería leer aquel artículo de Juan Valera sobre la originalidad y el plagio que publicó en la Revista Contemporánea en 1876.

 

Ahora un novelista de PRISA ha cuestionado otra de las contribuciones de Alvarado Tenorio a la bibliografía borgiana. Se trata de cinco sonetos que Borges habría dictado a una hermosa argentina, en presencia de aquel, durante la tarde que pasaron juntos en New York en 1984, el mismo día que Alvarado Tenorio sufrió un ataque de delirium tremens causado por la ingesta de antihistamínicos con licor de malta durante la recepción que Rosario Santos ofrecía al maestro en el Center for Interamerican Relations, antes de la última presentación que Borges hiciera en la Gran Manzana. Sostiene el novelista desde Berlín que su padre llevaba uno de esos sonetos en su camisa cuando fue asesinado por las fuerzas colombianas del mal. Y que siendo el mismo soneto que Alvarado Tenorio había rescatado del olvido, no es el mismo, según el neo gramático antioqueño, “pues el poema repite de un modo francamente burdo la palabra “seremos” en una rima del primer cuarteto, cosa que Borges no habría hecho jamás”.

 

Según me informa Alvarado Tenorio el novelista se equivoca de cabo a rabo y sostiene que sólo con leer las dos versiones cualesquiera con dos dedos de frente da la razón a la versión del poetastro bugueño. Transcribo entonces las versiones.

 

   Ya somos el olvido que seremos.

   El polvo elemental que nos ignora

   y que fue el rojo Adán y que es ahora

   todos los hombres y los que seremos.

   Ya somos en la tumba las dos fechas

   del principio y el fin, la caja,

   la obscena corrupción y la mortaja,

   los ritos de la muerte y las endechas.

   No soy el insensato que se aferra

   al mágico sonido de su nombre;

   pienso con esperanza en aquel hombre

   que no sabrá quien fui sobre la tierra.

   Bajo el indiferente azul del cielo,

   esta meditación es un consuelo.

 

(Alvarado Tenorio)

 

   Ya somos el olvido que seremos.

   El polvo elemental que nos ignora

   y que fue el rojo Adán y que es ahora

   todos los hombres y que no veremos.

 

(Abad Faciolince)

 

Es verdad, por último, que Alvarado Tenorio no pasará a la historia como poeta, pues dilapidó su escasa fortuna lírica en la impostura, falsificación y burla de sus contemporáneos, cosa que nunca practicaron genios como Cervantes, Borges, Dante, Joyce o Conrado Nalé Roxlo. Bien sabemos ya que su obra quedará sepultada por la del gran poeta de la metáfora y pupilo del Borges de los años veintes, el sobrino del vanguardista de Calarcá, gran amigo y paradigma de la templanza Juan Manuel Roca Vidales, o por ese otro magno entre sus contemporáneos, que conociera casi desde el vientre de su madre a García Márquez, según recientes revelaciones, José Luís Díaz Granados, y sin duda por el más colosal de todos, JG Cobo Borda, que ya pesa lo que inquietaba Alvarado Tenorio cuando vivía en Guaduas, burlándose de todo el mundo desde las execrables páginas de un pasquín llamado La Prensa.

 

Ciudad Viva, Bogotá, Febrero de 2007.

http://www.ciudadviva.gov.co/febrero07/magazine/1/

 

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