geo von lengerke, un bandido alemán en zapatoca

 

Geo Von Lengerke [1827-1882], el héroe de La otra raya del tigre (1977) de Pedro Gómez Valderrama [1923-1992], es un prófugo de una revolución fracasada que llega a Santander con unas cartas de crédito de bancos de Bremen, un libro de Sade, unas partituras de Schubert, Mozart, Beethoven y una estatua de Goethe.

 

Sexto hijo de Johann Abraham von Lengerke y Emilie Johanna Wilhelmine Lutterloh,  Georg Ernst Heinrich von Lengerke nació en Dohnsen und Weser, creció en un castillo donde aprendió varios idiomas y la ejecución del violín y el piano, aficionándose desde muy joven a la pintura de Rubens y Rembrandt. Húsar del ejército prusiano, tuvo que abandonar Alemania luego de un crimen por líos de faldas, ayudado por el rey prusiano. Nadie sabe cómo y ni por qué decidió venir a la Colombia de entonces, quizás porque supo de las aventuras de otros germanos en tierras de Santander, donde terminó en Bucaramanga en 1852, luego de ascender desde Santa Marta por el Magdalena hasta La Dorada y a lomo de caballo y mulas a Bogotá y las tierras del tigre y el cóndor. Según Joaquín García, que le conoció:

 

 “Era persona de agradable trato y de fisionomía distinguida y simpática; cortés y amable, al par que obsequioso y de genio alegre, supo con sus buenas prendas captarse la estimación general. Sobresalía en las reuniones por sus buenas ocurrencias, y daba marcadas muestras de cultura, particularmente por el respeto que siempre manifestó en actos públicos por la religión dominante, que no era la que él profesaba, lo que le atrajo muchas simpatías”

 

Dejando atrás juventud y fortuna traía en su memoria las recientes invenciones de la máquina a vapor, el ferrocarril, y el uso del carbón y el acero, y la industria del siglo: los textiles. Apoyándose en las tesis de que esta tierra "acaba de independizarse y no soportaría un colonialismo abierto... en cambio el feudalismo nace del país y de la tierra", construye un castillo cerca de Zapatoca, instala una tienda [“Lorent & Wolkman”] de vinos, porcelanas de Sajonia, cervezas alemanas, telas francesas, armas americanas, casimires británicos; construye puentes y caminos, descuaja montes, coloniza regiones y establece un imperio de doce mil hectáreas donde cultiva quina. Un estado dentro de otro estado, el de Lengerke organiza guerras durante más de treinta años, viola mujeres e hijas de campesinos, y éstos terminan por llamarle Príncipe. "Epopeya de un liberal feudal", "la novela de las tierras santandereanas", son algunos de los epítetos con que ha sido calificada.

 

 El dios errante, una de las ficciones de Gómez Valderrama que aparece en La procesión de los ardientes (1973), es el antecedente literario de esta ficción: la historia de un piano Pleyel, parecido a un catafalco, que después de desgranar arpegios en las noches del Segundo Imperio, viaja desde Hamburgo hasta la casa de un colono alemán en los riscos de Santander, transportado por veinte hombres portentosos tras una navegación que ha durado años por el río Magdalena. El otro es histórico. Lengerke existió y numerosas anécdotas y libros dan memoria de sus aventuras.

 

Entre mil ochocientos catorce y mil ochocientos treinta y dos, al ver palidecer su fama de poeta, Walter Scott se dedicó a escribir novelas históricas. Todas, desde Waverley, que narra la revolución jacobita de mil ochocientos setenta y cinco; Guy Mannering, las aventuras de una banda de cíngaros en la Escocia del siglo dieciocho; The Abbat, consagrada a los infortunios de María Estuardo, o su obra maestra, Ivanhoe, cuyo fondo es el turbulento fin de siglo doce inglés, respiran un difuso olor a estereotipo, mostrando cómo Scott, en su deseo de ser fiel a los hechos y gracias a la prisa por presentarlos se contentó con quedar en la superficie. Hoy es poco leído, pero en su tiempo fue un éxito de librería.

 

En Hispanoamérica la novela histórica ha corrido con mejor suerte, al menos todavía se dejan leer algunas de ellas. Tres merecen ser recordadas: Enriquillo de Manuel de Jesús Galván; Martín Rivas de Alberto Blest Gana y Tomochic de Heriberto Frías. El propósito de Galván fue colaborar en el debate todavía inacabable de la leyenda negra y aunque logra mostrar con crudeza las luchas de los indígenas contra el exterminio a que eran sometidos por los españoles, la novela decae por su deseo de ser fiel a la historia, supeditándose a los documentos cada vez que tenía que resolver un dilema. Como dice Anderson Imbert (Historia de la literatura hispanoamericana, 1957, 214), Galván, llegó incluso, al no encontrar documentación sobre el desarrollo de los acontecimientos, a sus-pender el relato.

 

Blest Gana creó una novela con personajes de la clase media y alta chilena durante el crítico período de la segunda mitad del siglo pasado. "Personajes, incidentes, ideas, recursos técnicos, dice Alegría en su Historia de la novela hispanoamericana (1965, 56), todo en esta obra cae dentro de una tradición literaria europea, pero esta tradición aparece recortada a la medida del ambiente chileno de fin de siglo". La obra de Frías es el vívido relato de una rebelión indígena en la época de Porfirio Díaz, un poco a la manera de la novela de Martín Luis Guzmán y más que una evocación es una crónica que exalta las virtudes de los revolucionarios. Mariano Azuela dice (Cien años de novela mexicana, 1957, 218) que "este libro tan sencillo, tan humilde y tan humano, posee incuestionable valor para ascender a la categoría de símbolo. Es la lucha inveterada de la civilización contra la barbarie, del progreso contra las fuerzas estancadas y retardatarias".

 

Las tres novelas tienen alguna analogía, al mostrar sucesos del pasado lejano o inmediato. De sus páginas se colige cómo los cambios sociales y de comportamiento provienen de luchas colectivas, y no de las aventuras de individuos. Así simboliza a su pueblo Enrique del Barohuco en la novela de Galván; las luchas son colectivas contra el invasor, el jefe es la cabeza visible de un ejército de indígenas en lucha contra la Corona y la explotación del indio; Martín Rivas permite ver el contrapunteo de la lucha de clases entre el encumbrado mundo de los ricos chilenos y el forcejeo de la clase media por alcanzar el poder, y Tomochic es uno de los primeros documentos literarios acerca de la liberación social del indio en América. No porque lo desearan los autores, las luchas fueron retratadas desde abajo, o al menos queriendo ver con los ojos de la víctima. Los tres tenían pasión por los asuntos que contaban, su escritura era necesidad y no divertimiento.

 

En Colombia, el género ha corrido con menos suerte. La más conocida novela histórica. El Alférez Real, situada en el siglo dieciocho en Cali, peca por su conformismo. "Sería un gran mérito de la novela el intento de darnos a conocer la vida colonial con sus menudos y tediosos hechos. Pero el intento casi se malogra por el afán que el autor pone en idealizar la tradición... Como en la gran mayoría de las novelas de esta forma —anota Antonio Cursio Altamar (Evolución de la novela en Colombia, 1957, 91), el mundo presentado es un mundo deshumanizado, sin pecados ni vicios, y más angelical que el medioevo europeo". Eustaquio Palacios idealiza a los patronos, haciéndonos creer que el resto del mundo vive y sueña como ellos. Don Álvaro, de José Caicedo Rojas, es un collage de cuadros de costumbres del siglo dieciséis, cuya visión del mundo está bien representada en estas frases del autor: "¿Qué otra cosa mejor que divertirse inocentemente podía hacer un pueblo que vivía en paz y holgadamente con el producto de su trabajo, que entonces no conocía la vagancia ni ésta figuraba entre los famosos derechos del hombre?". Contemporáneamente habría que mencionar alguno de los trabajos de Arturo Alape, quizás Diario de un guerrillero (1973), publicada, creo, en francés o checo, y que sin duda el tiempo mudará en un testimonio sobre los orígenes de la lucha de nuestros campesinos por la tierra en este siglo de violencia y narcotráfico.

 

 

Carlos Lleras Restrepo ha dicho que La otra raya del tigre (Nueva Frontera, nº. 131, 1977), le ha hecho comprender el pasado mejor que muchos libros de historia. ¿Qué pasado ha descubierto Gómez Valderrama al ex presidente? ¿Es confiable la afirmación de Lleras Restrepo, sabiendo, como sabemos, que conoce la historia real?

 

No hay duda que Gómez Valderrama admira a Lengerke. Y es cierto, como afirma Lleras Restrepo, que los verdaderos protagonistas de la obra son los caminos, las guerras civiles, el fracaso de arriesgadas empresas. Las de Lengerke, hay que agregar. Más que la epopeya de un liberal feudal, el héroe de La otra raya del tigre es símbolo del imperialismo moderno. Por eso la apología resulta falaz y ahistórica. Gómez Valderrama quiere hacernos creer que el fracaso de Lengerke fue nuestro fracaso, que si él hubiese triunfado otro sería nuestro destino. Renovado Sarmiento, Gómez Valderrama no ve, no quiere ver, en las doce mil hectáreas y sus ejércitos para defenderlas, nuestra ruina, el símbolo de nuestros fracasos. Porque hay algo terrible en esta novela: la conciencia que tiene Gómez Valderrama de que Lengerke estaba levantando una nueva nación: "Dentro de cincuenta o cien años —hace decir a Lengerke—, van a reconocernos el espíritu progresista". El camelo no puede ser más grande.

 

En Santander, para no remontarnos a los nativos, se asentaron durante el coloniaje campesinos libres que soñaban con resucitar los hábitos de la Edad Ibérica. Esa región colombiana es una de las pocas que en América albergaron españoles con ideas progresistas. Allí se dio (Francisco Posada: Colombia, violencia y subdesarrollo, 1968, 12), el caso de hacendados medios y una franja relativamente grande de pequeños propietarios que a partir del dieciocho hicieron prósperos negocios comerciales y artesanales. En Socorro se comerciaba con ganado, mantas, implementos de labor, productos agrícolas. No había necesidad de las aventuras de Lengerke para que las ideas liberales crecieran con fervor. Antes de Lengerke, Murillo Toro había difundido en El Neogranadino a Girardain, Proudhon y Blanc, y los artesanos habían presionado para que José Hilario López fuera elegido presidente a finales de la primera mitad del diecinueve.

 

Lengerke, contrariando históricamente la propuesta de Gómez Valderrama, más que un emprendedor civilizador es un agente de una doctrina que en el reparto capitalista del mundo, signó a Santander y Colombia con un neocolonialismo que proponiendo romper las cadenas del feudalismo iberoamericano, nos condujo al fracaso del monocultivo. Cuando los ingleses y americanos lograron producir quina a bajo precio, sólo desventajas y miseria vivió el país. L.E.Nieto Arteta, en Economía y cultura en la historia de Colombia (1941), tiene un extenso capítulo sobre esa calamidad.

 

El pueblo nunca defendió ese tipo de cultivos. El librecambio arruinó al país y sobrevinieron entonces las guerras donde los artesanos y los pequeños propietarios pagaron, con su vida y sus bienes, el fracaso de unas teorías económicas que sólo favorecían la aparición del capitalismo financiero. Cosa distinta no pasó en el resto de América Latina: nada hay de heroico en el ciclo del azúcar, el caucho, el banano o el café, y que yo recuerde, sólo novelas antiimperialistas o indigenistas, donde las masas protagonizan sus luchas, han quedado como testimonio de esos desastres. Gómez Valderrama olvidó cómo habían escrito sus novelas Rivera y Uribe Piedrahita.

 

El fracaso de la novela de Gómez Valderrama quizá se explique, con benevolencia, si pensamos que es la primera que escribe tras una vida literaria signada por un seguimiento, nada pudoroso, de la obra de Borges. Pero Borges no ha intentado novelas históricas, y cuando ha escrito cuentos y poemas realistas lo ha hecho con un acierto inigualable.

 

La Estafeta Literaria, Madrid, nº 625, 1977.

 

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