SOBRE BELLAQUERÍAS, INJURIAS Y DIATRIBAS

 

Por Lucas Ospina Villalba
 

El Verbo Encarnado, nunca ha reído.
A los ojos de Aquel que todo lo sabe y todo lo puede, lo cómico no existe.
Y, sin embargo, el Verbo encarnado ha conocido la cólera, ha conocido incluso el llanto”
—Baudelaire
 


La polémica sobre la autoría de unos versos de Jorge Luis Borges enfrentó a dos autores: uno, un poeta, Umberto Cobo, afirma que los poemas son apócrifos y se proclama autor de la parodia literaria, y el otro, Hector Abad, un prosista, señala que los poemas son de Borges y publicó en un periódico local el copioso fruto de sus juiciosas averiguaciones; tras de lo cual, orgulloso por la tarea cumplida, añadió: “en el momento en que los sonetos sean reconocidos como auténticos de Borges, estos pasarán a formar parte, por supuesto, del patrimonio de la señora Kodama, de la literatura argentina, y de la humanidad.”

Pero la polémica hizo más que eso… Abad usó la primera línea de uno de los sonetos en cuestión para titular su libro El olvido que seremos, sobre su padre, un médico que el día en que fue asesinado por los paramilitares tenía una copia manuscrita del poema en su bolsillo. Luego de que Abad socializó sus formulaciones, el soneto y su obra se acercan cada día más a la sombra sacra de Borges y se alejan de la estela tumultuosa de Cobo. Y es una lástima: Cobo no escribe novelones como los de Abad pero sí es un personaje novelesco. Resulta paradójico que alguien que respira y transpira literatura no sea reconocido como la figura que es y en cambio sea rotulado (de afán y como con pinzas) de envidioso blasfemo.

Cobo opuso resistencia y continuó sumándole capítulos a la novela del hijo de la víctima: en uno de ellos el padre de Abad forma parte de una reunión bohemia en la Bogotá de los ochenta y ahí, en medio de la masculina algarabía, Cobo le facilita los poemas apócrifos; en otra escena, años después, el sicario que asesina a Abad padre le roba plata de la billetera y a cambio le deja un poema que le dio el jefe paramilitar que le encargó el trabajo, no sin antes decir: “el olvido que serás, abuelo". Estos recursos de reposición literaria que van de la picaresca a la sicaresca fueron ampliamente refutados no solo por Abad sino por otros literatos que han visto en ellos un eslabón más de una larga cadena de injurias: se quejan de un escritor que “lleva años malgastando sus horas productivas en atacar a todo colega suyo” y que “publica cada tanto engendros poéticos o pastiches en prosa que jamás hemos escrito, atreviéndose a firmarlos con nuestros nombres”.
 

Cobo es un lector temerario, usa técnicas como el anacronismo deliberado y las atribuciones erróneas para agitar la calma chicha de la pecera literaria, sus intervenciones distorsionan el canto solemne y mediático de esas dos sirenas llamadas Historia y Cultura. Resultó que la crítica, que se les da tan bien a los artistas, tiene límites: cuando se trata de ellos mismos; muchos ven como algo inmoral y reprobable que un artista como Cobo se parrandee la inmunidad gremial y use literatos y obras literarias ajenas como materia prima para hacer lo propio: criticar.
 

Algo se ha discutido sobre las polémicas literarias despertadas por el obrar crítico de Cobo. Una de las más recordadas tuvo lugar en la radio[1] en una larga discusión moderada por Alberto Casas Santamaría, Julito y Félix, los tres chiflados de la emisora La W. El diálogo comenzó por enfrentar a los directores de las revistas que en Colombia se pelean la pauta cultural.
 

Marianne Ponsford, directora de Arcadia, fue interpelada por Mario Jursich, director de El Malpensante, que libreto en mano, recitó partes de su texto “De las proporciones[2], publicado a tres páginas en su revista como respuesta a un texto sobre Cobo impreso a doble página en Arcadia.[3] Cuando la discusión tomó otros rumbos, Jursich improvisó, trastabilló un poco, hizo el intento de no salirse del libreto y repitió argumentos irrefutables en términos éticos pero, ante la sátira, poco convincentes; porque en las parrafadas de Cobo queda expuesta una comedia humana que se nutre de la imagen del intelectual y su relación, a veces patética, con el poder; en sus libelos Cobo no hace crítica literaria convencional, lo suyo no concede, es crítica cínica (si se quiere), caricatura (si es preciso), algo que naturalmente es despreciado por cualquiera que tenga ínfulas de institución, quiera perpetuarse, cuide su “imagen institucional” y, sobre todo, no sepa reír. Tal vez por eso, cuando el comentarista de radio apodado Julito le pasó el micrófono a Piedad Bonnet, las réplicas de la literata fueron un eco opaco de lo dicho por Jursich, un sonsonete gremial que incluso amenazó con demandas por calumnia, un quejido lacónico que la risa de la sátira opacó. "Hacer objeciones a la sátira es lo mismo que enfrentar los valores de la leña a la infalibilidad del fuego", decía el escritor Karl Kraus.
 

Pero en esta discusión verbal hay un aspecto que no se ha tenido en cuenta: la imagen. Cobo acompaña el envío de sus diatribas, que distribuye a través de una amplia lista de correo electrónico, con imágenes de los intelectuales que cuestiona, a veces les suma uno que otro texto, pero rara vez interviene la pose o la situación en “Photoshop”. ¿Y de dónde salen estas fotos? Son imágenes que los mismos parodiados entregan a los medios en actos públicos, premiaciones y cócteles o incluso abriendo las puertas de su propia intimidad. Y claro, como narcisos paranoicos se han escandalizado ante su propio reflejo, niegan la sátira y lanzan la discusión al terreno ético, a la motivaciones malsanas y delirios confabulatorios de un supuesto fracasado y perdedor, a sus defectos de redacción y un soso etcétera… Pero las imágenes siguen ahí, son una “autosátira” involuntaria donde el verbo sobra; el caricaturizado que pretende negarle al caricaturista el derecho que le asiste de usar caras, gestos y anécdotas, se convierte inevitablemente en una caricatura más, el criticado que invoca la falta de elegancia en la crítica no se da cuenta de que su queja lastimera es lo menos elegante de toda la situación.
 

“A menudo uno se ríe leyendo estos improperios porque la maledicencia, cuando cae en la cabeza de otro, da siempre risa; es cuando cae en la de uno que duele”, decía Jursich en De las proporciones, un artículo suyo en El Malpensante. Y la desproporción consistía en que Cobo mandó un correo con un poema de Jursich, editada la primera línea y la puntuación, y no varió mucho lo que decía pero los puntillosos retoques del satirista hicieron pasar al editor de cazador a cazado. Pero el correo no llegaba solo, se abría con una imagen: “Retrato de una pareja de editores”,[4] una pose hogareña que acompañaba un texto de Héctor Abad, publicado en El Espectador, donde “Mario” y “Pilar” cuentan cómo se conocieron y despachan frases bienpensantes sobre el arte de editar.

 

“La vida, la mísera vida, verosímil y sin interés, reproduce las maravillas del arte” dice Oscar Wilde en “La decadencia de la mentira”. Cobo con sus narraciones ilustradas da un aire de arte a los penosos malabares de la vida social de los intelectuales y su sátira quizá no la motiva el odio, al contrario, podría ser más un acto de amor sin compasión hacia sus personajes. Es posible que a Cobo nunca se le reconozca un lugar como poeta en la historia nacional, dirán que su escasa fortuna lírica se dilapidó en la impostura, falsificación y burla de sus contemporáneos, cosa que nunca practicaron genios como Cervantes, Borges, Dante, Joyce, Conrado Nalé Roxlo o Gilbert Keith Chesterton; tal vez solo merezca ser parte de un breve pie de cita que nombre a todos aquellos que como él fatigaron la infamia: Vargas Vila, Barba Jacob, Fernando Vallejo, Álvarez Gardeazábal, Ignacio Escobar Urdaneta de Brigard, Errico Malatesta…
 

“La vida, la mísera vida, verosímil y sin interés, reproduce las maravillas del arte” dice Oscar Wilde en “La decadencia de la mentira”, Cobo con sus narraciones ilustradas le da un aire de arte a los penosos malabares de la vida social de los intelectuales y su sátira quizá no la motiva el odio, al contrario, podría ser más un acto de amor sin compasión hacia sus personajes.
 

Algunos de estos agentes sicóticos quizá sufran de “literatosis”, un mal definido por Juan Carlos Onetti como “enfermedad en la que caen siempre los aspirantes a escritores y los emocionados artistas jóvenes de pueblo… es como convertir la literatura en nuestra propia religión, en nuestro absolutismo y martirio, tendiendo a preferir en nuestras lecturas a escritores ‘más obviamente literarios’, y convirtiendo este oficio en un destino propio” Pero la edad y el recorrido de Cobo indican algo más severo, un mal como el sufrido por Enrique Vila-Matas que dedicó todo un libro a su insania: “he escrito sobre alguien que está obsesionado por la literatura, sobre alguien que está enfermo de los libros, como el Quijote. Sin duda he escrito sobre este mal (el de Montano, así lo llamo yo) para intentar quitarme de encima mi obsesión exagerada por los libros”. Vila-Matas muestra cómo ese mal pensante abisma al paciente en la literatura, lo aleja de lo real: “la literatura nos permite comprender la vida, nos habla de lo que puede ser pero también de lo que pudo haber sido. No hay nada a veces más alejado de la realidad que la literatura, que nos está recordando a todo momento que la vida es así y el mundo ha sido organizado asá, pero podría ser de otra forma. No hay nada más subversivo que ella, que se ocupa de devolvernos a la verdadera vida al exponer lo que la vida real y la Historia sofocan.”
 

El diagnóstico de Cobo nunca fue reservado: su gula literaria lo llevó a la muerte literaria y mientras eso sucedía los miembros activos de la beatería intelectual soportaron con zozobra los embates de la prolija bellaquería de este insigne caballero de la injuria. Luego, murió en lo físico, asesinado por orden de un jefe paramilitar apodado El pájaro que quiso apoderarse de la finca en que Cobo vivía en un pueblito cundinamarqués. El Caballero de la Injuria se había retirado a estas sendas bucólicas hacía pocos años, pero no en búsqueda de paz interior sino porque aquí podía oír mejor el sirirí de los pájaros que le servían de diapasón para escribir algunas de sus últimas diatribas contra las élites cosmopolitas que imaginaba apoltronadas a unos pocos cientos de kilómetros de distancia.
 

Lo que sigue es un conjunto de sus mejores textos, y que no cunda el pánico, las víctimas que deja este libro no deben temer a la verdad, Cobo nunca pretendió seguir ese camino: lo único que él siempre dijo fue media verdad o verdad y media.

   “Y vosotros, rosal florecido,
   lebreles sin amo, luceros, crepúsculos,
   escuchadme esta cosa tremenda: ¡He Vivido!
   He vivido con alma, con sangre, con nervios, con músculos,
   y voy al olvido...”

   Elegía de septiembre

   —Porfirio Barba Jacob

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[1] http://www.wradio.com.co/nota.aspx?id=860562
[2] http://www.elmalpensante.com/index.php?doc=display_contenido&id=1241
[3] http://www.revistaarcadia.com/ediciones/46/personaje.html
[4] http://www.elespectador.com/impreso/literatura/articuloimpreso129582-retrato-de-una-pareja-de-editores

 

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