literatura y universidad pública
Dos han sido los momentos, en lo que va recorrido en la
última centuria, cuando los colombianos y sus gobiernos
han tratado de dotar a la nación de centros de estudios
donde se pudiesen analizar, críticamente, las
condiciones de existencia histórica de la sociedad
colombiana.
El primero data de la segunda mitad del siglo pasado,
cuando en 1867 un gobierno de ideología liberal creó la
Universidad Nacional de los Estados Unidos de Colombia.
Una Universidad estatal, centralizada y orientada por
las doctrinas del positivismo y el utilitarismo, a fin
de librar la educación de la influencia y la tutela del
Vaticano. El experimento duró una década y terminó con
la ocupación de los establecimientos universitarios por
parte de las fuerzas militares y la destinación de sus
presupuestos para la financiación de las guerras contra
los levantamientos populares de entonces.
Ese momento se corresponde con la aparición de los
primeros intérpretes de la nación colombiana: los
hermanos José María y Miguel Samper, Manuel Murillo
Toro, Manuel María Madiedo, Aníbal Galindo, Florentino
González, Manuel Ancizar, etc. Esfuerzo que se vio
interrumpido y destruido de raíz con el Concordato de
1887 que entregó, otra vez al Vaticano, el control
ideológico y la conducción de la educación. El resultado
fue un retroceso en la investigación social y aplicada y
la negación a las nuevas generaciones, de la posibilidad
de un libre examen de las realidades históricas del
inmediato pasado, sus Guerras Civiles, las luchas por la
independencia, o el acceso a las recién creadas nuevas
corrientes de pensamiento e investigación. Y de nuevo,
la implantación de unos lenguajes que terminaron por
hacer imposible toda comunicación y confrontación
distinta a la de las armas.
Un segundo momento se produce en 1935 con la
restructuración de la Universidad pública durante el
gobierno de López Pumarejo. Y aun cuando el líder de la
Segunda República Liberal entendiese la Universidad más
como una "escuela de trabajo" que "una academia de
ciencias", la posibilidad del libre examen de las ideas,
la participación democrática de profesores y estudiantes
en su gobernabilidad y el cogobierno la hicieron, al
menos en ese momento, el centro intelectual del cambio
que requería la nación. Tanto la matrícula de
estudiantes, como los aportes del gobierno para su
funcionamiento, se triplicaron. Y a pesar del fracaso
del gobierno liberal, la Universidad Nacional pudo, en
las décadas siguientes, diversificar la enseñanza del
derecho y la economía y crear las facultades de
antropología y sociología.
La muerte de Gaitán y la Violencia institucional,
señalan el fin del experimento del modelo liberal en la
Universidad. A partir de esos años y con la implantación
del Frente Nacional, la Universidad será convertida,
primero, en una oficina de títulos, y luego en "el otro
mundo", un lugar de asilo y refugio de aquellos
intelectuales y dirigentes que no podían o no querían
hacer parte de la guerra de guerrillas, el terrorismo, o
que consideraron que desde allí, desde el campus
universitario, podían prestar un mejor apoyo a la
insurrección, o lucrarse de ella posando de progresistas.
Para el gobierno de Lleras Restrepo la Universidad
Nacional ya había perdido el perfil que quisieron darle
tanto los gobiernos liberales como los conservadores. Se
había convertido en un centro de sobrevivencia de
pequeños grupos de alienados de la vida política que
hablaban y pensaban apenas como eco de los conflictos de
la Guerra Fría y cuyo objetivo final, tanto del
profesorado como de los estudiantes, era la toma del
poder.
Desde 1958 hasta hoy las mayorías democráticas han
estado ausentes del gobierno de la Universidad, haciendo
de ella una agencia estatal de castigo y recompensas de
dóciles o rebeldes, y las más de las veces, en un coto
feudal de los Barones Universitarios, puntuales caciques
del autoritarismo, y de sectas ideológicas desarraigadas
y disolventes cuyo propósito es la destrucción de las
instituciones mediante la ecolalia y el desprecio por
todo aquello que represente una identidad nacional o
continental.
Los gobiernos del Frente Nacional y las administraciones
posteriores fomentaron una burocratización de la
Universidad que aniquila de hecho toda transparencia en
la toma de decisiones, dando patente de corzo a las
manipulaciones de aquellos grupos, que protegiendo sus
intereses, ahondan la brecha existente entre los
estudiantes y los profesores. Los Profetas de la
Posmodernidad ha "reformado" la Universidad para hacer
desaparecer todo vestigio de oposición a sus apetitos
burocráticos, con la venia de una sociedad cada vez más
confundida y sin rostro.
Uno de los sutiles instrumentos en esta abolición de la
memoria colectiva ha sido, incluso desde los mismos años
de la Segunda República Liberal, la ignorancia de las
Literaturas del continente. Hoy es apenas una élite, -ni
siquiera una minoría-, la que conserva memoria de lo que
fue y quiso ser Colombia durante la centuria de años que
van desde la muerte del Libertador hasta los años
finales de experimento modernizador de López Pumarejo. Y
será apenas, un puñado de ellos, los que entienden y
conocen el desarrollo del Continente. Brasilia y New
York siguen estando más lejos, para las minorías
intelectuales colombianas, que París o Aquisgrán. Sólo
en el último lustro, en la Universidad Nacional se han
creado la Carrera y el Departamento de Literatura, pero
su orientación sigue siendo, en parte sustantiva, de
carácter teorético, más que enfocado a satisfacer la
necesidades de investigación, conocimiento y
diseminación de las Literaturas Nacionales y
Continentales.
Puede afirmarse, entonces, que en las últimas décadas,
en la Universidad han predominado concepciones que sin
producir expertos en exotismos y anacro¬nismos y
muchísimo menos entreno en la lengua, han impedido la
comunicación y discusión de nuestras concepciones del
mundo a través de nuestras literaturas. En los últimos
tres semestres escolares, para dar un ejemplo, se ha
ofrecido, a una población estudiantil de mas o menos
20.000 individuos "cursos de literatura" a sólo 302
estudiantes- promedio, es decir, a un ínfimo ,0151% de
esa población. Y de literaturas colombianas y América
Latina a 100,6 estudiantes promedio, es decir, a un
,0005%.
Parece mentira, pero sólo en un país y una universidad
como la Nacional de Colombia, luego del fin de la Guerra
Fría, el comunismo y la presencia vital de las Aldeas
Globales, su departamento de literatura evita la
educación literaria -en su propia lengua- de la mayoría
de sus estudiantes, y a una irrisoria minoría inculca
ideologismos y literaturas que les son ajenas,
desdeñando las propias.
La actual estructura académica y burocrática de la
Universidad responde así como he historiado, a los
intereses centralistas de unas minorías agresivas que
han hecho de la ciencia (?), y la tecnología (!), dos
fetiches para incrementar y satisfacer sus apetitos de poder.
La Nueva Universidad, que debió surgir del ejercicio de
la Nueva Constitución y la formación de un Nuevo Estado,
debe poner en pie de igualdad todas las disciplinas que
concurren en la Universidad, y no sólo privilegiar
aquellas que son fuentes directas de ganancias y poder.
Para que las Literaturas Colombianas y de América Latina
puedan ocupar el lugar que les corresponde en la
formación de un Nuevo País, deben constituirse en varias
de las opciones educativas y de formación profesional de
todos los estudiantes universitarios en sus diversas
especialidades. Y para que ello sea posible es necesario
incrementar, de manera inmediata, la investigación y
difusión de las literaturas nacionales y continentales,
contrarrestando decididamente los intereses de los
Barones Universitarios que siguen usando nuestras
literaturas como cobayas de Indias para la aplicación de
sus modelos teoréticos.
De allí que se imponga la creación de un Instituto para
la Investigación de las Literaturas Colombiana y América
Latina en la Universidad Nacional de Colombia. Un ente
que pueda obrar sin las cortapisas financieras e
ideológicas que hoy son impuestas a los Departamentos
Universitarios.
La
Prensa,
Bogotá, Marzo 9 de 1989
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