Mariana Garcés Córdoba, hija de un aristocratizante,
Bernardo Garcés Lloreda, gerente de la Corporación
Autónoma del Valle del Cauca bajo la tiranía de Gustavo
Rojas Pinilla y ministro de Obras Públicas de Carlos
Lleras Restrepo, es una abogada que creció al servicio
de la todo poderosa Amparo Sinisterra, una aficionada a
la danza y el bolero, esposa de Adolfo Carvajal,
propietario de Norma, Presidenta de Proartes y la
Fundación Carolina.
En 2005 fue nombrada Secretaria de Cultura y Turismo de
Cali por el Alcalde Apolinar Salcedo, alias Polo,
destituido e inhabilitado durante 14 años por la
Procuraduría General de Nación. A comienzos de 2012 el
Consejo de Cartagena de Indias la declaró persona no
grata por haber prorrogado, por cinco años,
un contrato que recauda impuestos para la administración
de los bienes culturales de la ciudad.
Auge y caída de un tigre de papel
Roberto Burgos Cantor, Santiago Gamboa y Andrés Hoyos
gimen por el fin de las colecciones Vitral de ensayo y
La otra orilla, y su premio homónimo de narrativa, de la
editorial Norma de Carvajal y Cía., luego de un cuarto
de siglo de la más obstinada, metódica, maliciosa y
fulera aventura editorial que se haya cometido en
América Latina. El premio, con un remoquete de 100.000
dólares, duró siete años, y contaba con el arbotante de
Proartes, una fundación que lucra a Carvajal controlada
por Amparo Sinisterra, ex bailarina que ha ocupado
poderosos cargos en la industria cultural colombiana
como ordenadora del gasto y directora de Colcultura y el
Ministerio de Cultura de ese país.
Porque a nadie más que a unos terceros sirvieron esos
veinticinco años de publicaciones de una pretendida
nueva literatura: nadie cree hoy que Alfonso Carvajal,
Álvaro Mutis, Antonio Garcia, Daniel Samper, Fernando
Cruz, Fernando Quiroz, Gioconda Belli, Hector Abad, Juan
Carlos Botero, Juan David Correa, Juan Gabriel Vasquez,
Juan Manuel Roca, Luisa Valenzuela, Mempo Giardinelli,
Núlida Piñon, Oscar Collazos, Patricia Lara, Ricardo
Silva Romero, Roberto Burgos, Santiago Gamboa, Santiago
Mutis o William Ospina hayan cambiado, en algo, la
sintaxis, prosodia o las ideas en una América Latina
donde sólo sirvieron de publicistas del despilfarro de
cientos de millones de pesos del dinero público que
Carvajal y Cía., aprovechó para convertirse en una
multinacional de la educación.
Una aventura que tuvo varios nigromantes comandados por
ese ideólogo de la dilapidación que es Álvaro Mutis
junto a los hermanitos Moisés y Jorge Orlando Melo y sus
alfiles Adriana Mejia, Ana Roda, Araceli Morales,
Consuelo Araujo, Doris Angel, Elvira Cuervo, Gloria
Triana, Isaura de Mayolo, Juan Luis Mejía, Laura
Restrepo, Marcela Moreno, Maria Candelaria Posada, Maria
Paulina Espinosa, Marta Zen, Ramiro Osorio y Rocío
Londoño, quienes desde los puestos públicos se dieron a
la tarea de llenar las arcas de Carvajal y el
conglomerado Prisa, de Jesús de Polanco, quien viviera
en la Colombia de la marimba sus mejores días, con más
de ochenta empresas de fachada en la misma capital de la
república. La historia menuda de este tigre de papel es
la siguiente.
Todo comenzó, como ha sugerido entre líneas y mala leche
Andrés Hoyos, con el fin de la revista Alternativa y la
aparición de la Editorial Oveja Negra, convertida de la
noche a la mañana en una poderosa empresa editorial y
política merced al triunfo literario de GGM y a las
astucias y componendas financieras del gobierno de López
Michelsen y José Vicente Kataraín, su gerente estrella.
Fue en esa vieja casa de la Calle 18, al lado del
restaurante El Trébol, donde crecieron uno por uno los
personajes que han decidido la vida cultural de Colombia
desde entonces. Allí están no sólo los jefes
guerrilleros sino los pintores, periodistas, poetas y
escritores que han contralado los medios y las empresas
de las artes, con Belisario Betancur, conocido entonces
como “La Mirla” ocupando todo el cielo de ese mundo.
Pero un dia Carmen Balcells oyó que en América se
vendían sobre tirajes de las ediciones del ya Premio
Nobel y tratando de escurrir el bulto Katica, como le
decían entonces, acusó falsamente a sus colaboradores de
piratería. Eso explica la astucia de Roberto Posada al
preguntar sí GGM era tan leal con sus amigos cómo dejaba
que la implacable catalana dejara fuera del gran negocio
a quien para entonces exportaba más de 10 millones de
dólares en libros, falsos o verdaderos, cada año. Por
algo fue el editor estrella de los años de auge de la
ventanilla siniestra de que habló Carlos Lleras Restrepo.
La voz que había contado todo a Carmen Balcells no era
otra que la más dolida, aun cuando aparentemente feliz,
con el triunfo de GGM. Y esa misma voz ofrecía la
solución: ceder los derechos de autor del Nobel a una
empresa muy sólida pero que carecía de una línea
editorial dedicada a la literatura: Norma, eso si,
siempre y cuando se colaborara también con la expansión
del mercado del libro para el grupo Prisa en América con
su correspondiente nicho para Norma en España. Desde
entonces Alvaro Mutis sería promocionado, a la sombra de
GGM, como uno de los grandes escritores, y novelistas,
óigase bien, de América Latina. 8 novelas en 6 años
produjo el iluminado ganador del Premio Príncipe de
Asturias, Reina Sofia y Cervantes, concedidos bajo el
imperio de José María Aznar [1996-2004] y sus ministros
de Cultura Esperanza Aguirre y Gil de Biedma, Mariano
Rajoy y Pilar del Castillo.
“La historia había comenzado –dice una crónica de esos
años escrita por el mutisiano Fernando Quiroz-- el 24 de
agosto de 1993, la víspera del cumpleaños número setenta
de Alvaro Mutis, otro de los escritores manejados por
Balcells y editados por Norma. Esa noche, la editorial
ofreció un cóctel en honor de Mutis, en el Teatro Colón
de Bogotá, al que estaban invitados, entre otros
personajes, García Márquez y su agente literaria. Unas
horas antes, sin embargo, Moisés Melo se había reunido
con Carmen Balcells en un restaurante del norte de
Bogotá, y había conocido las reglas del juego para
aspirar a los derechos del Nobel, toda vez que la
catalana había logrado convencer a Gabo de la
inconveniencia de seguir con la Oveja Negra.”
A este entramado se agregó desde entonces la peregrina
idea de que había que dotar a América Latina de hermosas
bibliotecas llenas de libros españoles. Lo que permitió
a Moises Melo y su hermano Jorge Orlando desde el sillón
mullido de la red de Bibliotecas del Banco de la
Republica distribuir por el orbe los libros de Vitral y
La Otra Orilla, donde por supuesto se publicaron primero
a Roberto Burgos Cantor y Santiago Mutis Durán, dándose
aquel el lujo de disfrutar “del hábito que consistía en
mandarles a libreros y reseñadores un ejemplar
anticipado del libro por salir, en papel rústico y tapa
de cartulina.” Hoy hay en Colombia más de 2000
bibliotecas, la mayoría de ellas en casas podridas y
abandonadas, repletas de cajas de libros publicados por
Prisa y sus socios. Burgos Cantor es otro invento de
Álvaro Mutis.
La ruina de Norma comenzó el dia que Carmen Balcells
descubrió que también le habían pirateado los libros de
Gabito. Pero lo más grave era que el Banco de la
Republica, en cabeza de su gerente cultural, Dario
Jaramillo Agudelo, no estaba dispuesto a permitir que se
siguieran comprando las mismas enormes cantidades de los
libros de Norma para los canjes mundiales de la
Biblioteca Luis Angel Arango, porque a él interesaba era
el Fondo de Cultura Económica de México, una empresa tan
corrupta como la misma sub-gerencia del Banco de la
República y a quien incluso Jaramillo Agudelo instaló
una librería ambulante en los sótanos de la Luis Angel,
y la editorial española que lo haría invisible, Pre-textos.
Por esas y otras causas debió dejar su puestico de
izquierdista en reposo Don Jorge Orlando Melo.
Norma llegó a tener un catalogo de 80 pretendidos
escritores nacidos en Colombia, unos 280 de diversos
orígenes y edades y un premio anual de 100 mil dólares.
Ninguno de ellos dijo nunca que Alvaro Mutis es un
pésimo novelista y un mediocre poeta. Y todos, hasta los
difuntos, han bebido escocés en su casa de Ciudad de
México y han pasado por la Feria de Guadalajara.
A los contribuyentes colombianos está debiendo Álvaro
Mutis, desde aquel año en que enviara la mujer de Julio
César Turbay Ayala en una avioneta de la Esso para que
un médico le curara el asma, en Estados Unidos, su
gloria y su fama.
La lengua viperina, Elpais.com, Madrid,
Septiembre 9 de 2011.
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