Edgar Bastidas en Samaniego, c. 1883, daguerrotipo de  Eugenio Courret.

 

 

Un poeta maldito

 

En 1.973 apareció la más reciente Antología de la poesía del sur de país que se conozca. Preparada por un jovencísimo admirador de Aurelio Arturo, incluye cuarenta y cuatro vates, bajo el criterio que es por comarcas, clima y orografía que se produce la buena poesía. Que eso piense William Ospina, luego de recorrer los sitios, casas, colegios, restaurantes, enamoradas y juzgados donde estuvo y trató el autor de Morada al sur, es lo de menos. Lo de más es que por ningún lado encontremos el nombre de Edgar Bastidas, uno de los más extraños poetas que haya podido existir no solo en la "ciudad teológica" sino en el mundo.

 

Revisando antiguos papeles en el campanario de la Catedral del Sur, un erudito alemán encontró varios manuscritos y traducciones a idiomas europeos de textos de E.B. Gracias a la prueba del Carbono-14 logró descubrir  que habían sido escritos cerca del año 1876.

 

Dióse  entonces a la tarea de indagar quién fue su autor, pero poco pudo saber. Según sus conclusiones, que estoy mirando, Edgar Bastidas  habría llegado, a lomo de mula, al sur siendo muy niño y a los catorce adoptó el gentilicio de la región. Militó en el ala más siniestra del conservadurismo lo cual no impidió asociarse con algunos radicales seguidores de José   Hilario   López  como Jesús Ortiz, alias El Mamo Jorobado,  José Miguel Wilches o alguna patriota como Socorro Betancur, todos acérrimos enemigos de la hegemonía conservadora, partidarios   de   cerrar  las universidades, pues consideraron  que   "los   títulos   no hacen   al   sabio,   sino   que reproducen el sistema opresor". Se sabe que estuvo en París gracias a una beca que le concedieron los masones, para quienes trabajaba en un instituto   conocido   como Bajo Toro,  sabrá Dios por qué. Que estuvo en Italia   donde,   según   sus propias  palabras  en carta dirigida  a  Franco Hebal Benavidez, "cometí   los   excesos   más increíbles, mucho más espectaculares que aquellos  que cometías tú en la época de soltería” y agregaba: “algún día   habrá   que  escribir   la  crónica de estos viajes para medir el grado de locura que es capaz de desarrollar un ser humano, incitado por las gónadas que despiertan al sexo enloquecidas por    la    campiña    romana"    Desconocemos la  fecha   de  su   fallecimiento, que parece haber acaecido en Paris, donde está enterrado en una tumba que aún debe pagar, aun cuando   dicen   que   murió, abrazado a una bascula de pesar oro, escupiendo  un  retrato  del  general Rafael Reyes, mientras Franco Hebal danzaba, disfrazado de fauno, donde Las Cinqueñas, unas putas pastusas.

 

Por las fechas en que escribió a Edgar Bastidas hay que situarlo en el modernismo. Pero al analizar su obra damos con una dificultad  que se torna en varias: su temática está aislada tanto de este movimiento como del anterior. No hay en sus poemas rasgos de amor filial, o de patriotismo, caracterizadores del romanticismo, como tampoco hay en ellos evocaciones a la antigua Grecia, ni a la Francia de los Luises, ni están inspirados en el extremo Oriente, y mucho menos aparecen el cisne o el pavo real o el cuervo. Más bien el búho, pero esa indagación se la dejamos a quien desee ahondar en su obra nocturna, producida en los alrededores de la casa de un hombre conocido como El chandoso, que le mostraba en altas horas grabados de jovencitos siendo penetrados por galgos y chivos.

 

Por hoy daremos una muestra fragmentaria de su principal poema: Un poeta  maldito, publicado en 1877 en una de las más contradictorias revistas que haya existido jamás,  Sur Cultura,  con el cual ganó Doce Mil Pesos, de los rescatados del robo del Banco de la República perpetrado por un comando del Mocho Obando, en un concurso cuyos jurados fueron Heraldo Romero, Ignacio Rodríguez Guerrero, Ricardo Urrea Delgado y el Loco Bedoya, esperando que dé al lector un sano esparcimiento.

 

'"Soy cada día este cadáver

que desaparece bajo un torrente de babas

y  pensar que todo se precipita para cubrirme de irrisión.

Sálvame Señor de esta piedad difunta,

el espejo no me refleja, me culpa.

Dame  Señor todo el fuego que sobró de Sodoma.

Dame el fuego que encendió tus delirios.

Señor quiero arder, arder,

y caído en el limbo espiritual

suspiro por nuevos suplicios.

El sueño de mi vida nunca ha sido la belleza

sino el poder infernal

porque soy débil y aborrezco la virtud

y soy cada día un sudario de topacios fúnebres.

Dame  candela Señor

los ideales que no cambian la vida, corrompen el alma,

 y nunca me someteré

a las migajas de ignominia a que me han condenado.

Disfrazado de una piedad difunta

subiré al trono falso de la poesía

 y dictaré un decreto:

 

Yo, Edgar Bastidas me sentencio a la pena capital

de vivir sin Esperanza Dorado por los siglos de los siglos.

 

 Reclútame Señor para la independencia de Angola.

Sálvame señor  de esta piedad postrera.

Dame Señor leche... con  Brandy Amén".

 

Este poema, como el resto de la obra de Edgar Bastidas, reposa en la Casa Museo Agustín Agualongo que regenta la encantadora damita pereirana Celia Caicedo de Canijas, en las goteras de Cartago, autora de una extensa exegesis de la facundia del ignorado y lamentado vate.

 

El Pueblo, Cali, Junio 21 de 1976.

 

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