
Gonzalo Arango, José Mario
Arbeláez, Raquel Jodorowsky, Luis Fernando Mejía, Elmo
Valencia y Pedro Alcántara en Calipuerto a mediados de
los años sesentas.
MITO Y EL NADAÍSMO
Hace veinticinco años falleció Gonzalo Arango. La
efeméride ha servido para recordar la vida de uno de los
colombianos que más ha gozado de prestigio entre las
nuevas generaciones y a quien, sin duda, varios de los
indiscutidos líderes de la lírica nacional, deben su
educación formal.
Decir que buena parte de la poesía que se escribe en el
país no es deudora del Nadaísmo, sería tapar el sol con
las manos. Cuando se leen los cientos de poemas que
publican revistas y prensa, lo primero que uno entiende
es que esos jóvenes y por supuesto, sus figuras
rutilantes, han bebido más en las fuentes líricas de ese
movimiento, que aprendido o leído en los maestros del
idioma o de otros ámbitos lingüísticos.
Fue esa vanguardia anacrónica la que signó la poesía
colombiana de hoy. Toda la superficie y el fondo, de
esos bosques de metáforas que son el cuerpo y el ánima
de nuestra joven poesía, no son cosa diferente que una
caricatura de aquellas sintaxis y prosodias, y una
deformación de los asuntos de que se ocuparon los
nadaístas de mayor prestigio. No sucedió así con Jaime
Jaramillo Escobar, conocido en aquellos años del
movimiento como X-504. Su obra no ha recibido la
atención que merece, y a pesar de haber ejercido la
docencia por varias décadas en Medellín, sigue siendo un
astro solitario sin imitadores a la vista.
Gonzalo Arango, José Mario Arbeláez, Mario Cataño, Darío
Lemus y Juan Manuel Roca son los padres de la nueva
lírica colombiana. Así lo ha reconocido JG Cobo Borda,
quien hiciera "hace años la definitiva antología del
Nadaísmo”; María Mercedes Carranza, cuya obra es, dijo
ella misma, “la feliz culminación de la de Mario Rivero”
y Juan Manuel Roca, a quien ese movimiento debe, en los
últimos años, mucho más que a los esfuerzos de José
Mario, su revitalización definitiva. Sus cientos de
poemas, repetidos hasta la alucinación e insensatez en
esa página cicatera con la pluralidad actual del
pensamiento y la lírica que es el Magazín Dominical de
El Espectador, son la culminación y cielo de la
elemental pero indestructible obra de Darío Lemus.
Hay quienes se han atrevido a decir que su maestro y
mentor fue Álvaro Mutis. Nada más falso. Su obra no
tiene el pensamiento monárquico y egoísta de Mutis,
porque Juan Manuel Roca, piedra angular de la democracia
y la tolerancia, es un verdadero apóstol de la igualdad
entre los hombres y por supuesto, entre los poetas.

Joaquín Piñeros
Corpas, Ramón de Zubiría, Danilo Cruz Vélez, Pedro Gómez
Valderrama, Jorge Rojas, Aurelio Arturo, Arturo Camacho
Ramirez, Jaime Paredes Pardo, Jorge Luis Borges y Esther
Zemborain de Torres en la Universidad de los Andes en
julio de 1965.
Como se sabe, el Nadaísmo surgió en uno de los peores
momentos que ha vivido la literatura colombiana. Cuando
Gonzalo Arango hizo las primeras manifestaciones de
rebeldía y publicó los iniciales manifiestos del
movimiento, Colombia estaba sumida en la lectura de las
novelas de Eduardo Caballero Calderón, Manuel Zapata
Olivella, Manuel Mejía Vallejo, Flor Romero de Nora y
los poemas de Carlos Castro Saavedra, Dora Castellanos,
Maruja Viera, Alfonso Bonilla Naar, Javier Arias
Ramírez, Eduardo Carranza y Jorge Rojas. Unas narrativas
y líricas que destilaban el más crudo realismo social e
íntimo y no eran expresión de los convulsionados tiempos
que corrían sino de un ayer, inmediato, es cierto, pero
superado en crueldad por la violencia oficial y
religiosa de los años posteriores al asesinato de
Gaitán.
Los Nadaístas, como han explicado sus historiadores,
usando signos externos, dieron rienda suelta a su
pretendida rebeldía mediante el uso de lenguajes
obscenos y actos vulgares y sacrílegos, que hicieron
tomar conciencia a los más jóvenes y a la rancia
militancia liberal, de los males que vivía el país.
Palabras como culo, pedo, cuca, vómito, miaus, puta,
marica, cacorro, lameculos, etc., y actos como pisar
hostias y profanar templos, elogios al fútbol, los
estupefacientes, el pillaje y el bandidismo, el ciclismo
y la orientadora política del doctor Carlos Lleras
Restrepo a quien Gonzalo Arango calificó “poeta de la
acción”, fueron de inmediato acogidos con enorme
entusiasmo y fervor por periódicos como El Colombiano y
El Espectador, seguros, como estaban, sus editores, que
con la fusión de tan revolucionarias diatribas y
actuaciones, aliviaban del dolor y el hambre cotidianas
a millones de colombianos que morían bajo las balas
oficiales y los bombardeos de los campos. El Nadaísmo,
qué duda cabe hoy, fue el único bálsamo de los pobres y
los intelectuales colombianos durante los años iniciales
de ese gran invento del liberalismo y su gran ideólogo,
el doctor Lleras Camargo que fue la Dictadura del Frente
Nacional.
Intelectualmente, el Nadaísmo contribuyó de manera
definitiva a que los colombianos ignoren hasta ahora los
esfuerzos que habían venido haciendo, un puñado de
exiliados al interior del país, por transformar Colombia
en una nación moderna y democrática. Ese grupo se llamó
a si mismo Generación de Mito, y su gestor fue un poeta
cucuteño llamado Jorge Gaitán Durán. Durante más de un
lustro Gaitán y sus amigos publicaron una de las
revistas más lúcidas que se haya impreso en el
continente, apenas comparable a Sur de Buenos Aires,
Laye de España o Contemporáneos de México. Con recordar
que en su comité patrocinador estaban Borges, Aleixandre,
Paz, Drumond de Andrade y que allí se difundieron las
obras de Sartre, Camus, Bataille, Reyes, García Márquez
y otro puñado de libertarios del siglo XX, basta para
establecer una diferencia con los actos y escritos de
los Nadaístas.
Que la obra de los hombres y mujeres de Mito no podía ni
puede ser divulgada aún entre los colombianos, lo
demuestran estas palabras de Jorge Gaitán Duran, en La
revolución invisible:
“No podía esperarse otra cosa de un ambiente en donde
para hacer carrera hay necesidad de cumplir
inexorablemente ciertos requisitos de servilismo,
adulación e hipocresía y donde ingenuamente las gentes
confunden estos trámites, esta ascensión exacta y
previsible, con la política. Sin duda el fenómeno del
arribismo se produce en todas partes y no sólo en el
ajetreo electoral, sino también en la vida económica y
en la vida cultural, pero aquí ha tomado en los últimos
tiempos características exacerbadas y mórbidas, cuyo
estudio sería interesante y tendría quizás que empezar
por la influencia que la aguda crisis de estructura del
país y consiguientemente de los partidos políticos
ejerce sobre el trato social, sobre la comunicación en
la existencia cotidiana. Resulta significativa la frase
que un político de las nuevas generaciones usa a menudo:
Voy a cometer mi acto diario de abyección, fórmula que
exhibe la decisión -en otros casos furtiva, de obtener a
todo trance un puesto de ministro, de parlamentario, de
orientador de la opinión pública, en fin, de ser alguien,
de parecer. Su humor es una coartada: intenta cubrir el
desarrollo ético con el confort ambiguo y efímero del
lenguaje. Se trata de un solerismo ciego y satisfecho,
cuyos objetivos dependen de algún destino ajeno e
imperial. El oportunismo de Julián Sorel es lúcido,
torturado, solitario y más eficaz a la larga. En nuestra
América el héroe empeñoso de Rojo y Negro hubiera
llegado a ser presidente de la república.”
La Prensa,
Bogotá, Domingo 29 de septiembre de 1996.

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