La cerveza Cuervo en el original y la copia

 

El camelo del año cuervo

 

Un notable grupo de avivatos, diría Alberto Lleras, comandado por una dependiente de otra que fuera ministra de cultura pero sobrina nieta de ex presidentes, prebendada de gobiernos conservadores y política -adepta al alvarismo recalcitrante- ha vendido al respetable, haciéndole creer que hablan de filología, diccionarios, sintaxis y prosodias, una chicha que esperan venza el monopolio del que gozan Club Colombia o Aguila Light. Una rubia, Don Rufino, 4 % en alcohol, de bálsamos y pajas maltosas,  intensa y moderada, gruesa en espuma pero poco cremosa, con un sabor amargo de salados toques, seca, digna de cualquier beodo bogotano de clase media y por supuesto, alta. Magnifica cerveza que no causa hastío, como ha dicho  Jamona Pouliquene, experta en licores y experimentada madama de la Université National en la Cité Universitaire du Santa Fe.

 

Genoveva Iriarte[1], desahuciada semióloga de siete universidades, extensa veraneante en San Bernardo del Viento, ardiente adepta del perturbado Noan Chonsky y vasalla de Elvira Cuervo de Jaramillo, cuyo único aval académico y moral es ser hija de un general nieto y sobrino de los ex presidentes Rufino Cuervo y Barreto José Ignacio de Márquez y Antonio Basilio Cuervo,  luego de haber promovido las fantasías de Wilhem Opina sobre la penetración delantera y trasera de indígenas durante la Colonia, impresas todas por Carvajal y Cía., en contubernio con un dilecto grupo de millonarios y diletantes, entre quienes figuran el ex director de la Asociación Colombiana de Industrias de Licores [ACIL], constituyente del 91 por el alvarismo Miguel Santamaría Dávila, el extravagante   diplomático Carlos Lleras de la Fuente, el multimillonario Andres Uribe Crane, el penínsulante Carlos Castillo Cardona, el famoso crítico literario Felipe Zapata Caicedo,  el experto en pensamiento estratégico aplicado Jorge Gaitán Villegas o el poeta melánico, endocrinólogo y médico nuclear Efraín Otero Ruiz, han decidido convertir el Instituto Caro y Cuervo en la más grande agencia de publicidad de los cerveceros para ricos de la capital bogotana y en especial de una prospera empresa llamada The Bogota Beer Company.

 

Porque según la peregrina cabeza de Genoveva Iriarte, no sólo la pola artesanal está de moda, sino que no se yerra al decir que el Diccionario de Régimen y Construcción fue financiado con la venta de Cerveza Cuervo, que elaboraban los hermanos Rufino y Angel en la Calle 10 con Carrera 5 en La Candelaria y que vendieron en 1881 a  Mamerto Montoya, el fundador del Partido Comunista, luego de ganar en Paris, una década atrás, un premio por la calidad de la bebida. Según las propias palabras de Genoveva “fue gracias a la cerveza que Rufino logró hacer las primeras cuatro letras de su importante diccionario”.

 

A esta impostura la acuciosa Directora y Ordenadora del Gasto del Caro y Cuervo añadió una comedia: otro de esos eventos llamados ahora Festival de la Palabra, trastienda perfecta para el gran negocio de la cerveza. Y entonces, quizás han pagado una buena suma a Fernando Vallejo para que canonizara a Rufino José Cuervo sin atacar a Miguel Antonio Caro o Belisario Betancur, los únicos presidentes colombianos que no ha defenestrado y reciben su respeto, haciendo luego desfilar, con una mano adelante y otra atrás, una recua de hambrientos de fama y poder como Enrique Serrano, Eligio Burgos Cantor, Daniel Samper Pizano, Gonzalo Mallarino, Federico Diaz Granados y su padre José Luis, Juan Carlos Bayona y la momia insepulta del Nadaísmo, José Mario Arbelaez, entre otros varios bebedores de aguardiente y aspirantes de humaredas.

 

 

Certificación de que Genoveva Iriarte no tiene titulo de Doctora ni de Maestría en Penn State University.

 

 

No es la primera vez que el Instituto Caro y Cuervo es instrumentalizado por sus representantes.

 

Desde 1940 cuando por iniciativa del Ministro de Educación del gobierno Santos Montejo se creó el Ateneo Nacional de Altos Estudios destinado, como quiso Jorge Eliecer Gaitán, a continuar la confección del Diccionario de Construcción y Régimen de la Lengua Castellana y las realizaciones de la Expedición Botánica, se lo encomendó, al ente inspirado en las ejecutorias de Vasconcelos en México, al germanófilo y jesuita Felix Restrepo, quien junto a Germán Arciniegas en el segundo gobierno de López Pumarejo regalaría por cuarenta años al falangista y admirador de Mussolini y miembro de la Orden de Malta el Instituto Rufino José Cuervo a José Manuel Rivas Sacconi que le convirtió, como correspondía a un delirante de clasicismos y admirador de la Roma de los Césares en el Instituto Caro y Cuervo, haciendo honor primero al poder y luego a la ciencia. Arciniegas encontraría en el Caro y Cuervo el laboratorio para diseminar su gloria de la mano de Juan Gustavo Cobo Borda que gastó las mejores horas de su vida alabando y recopilando al viejo gacetillero de El Tiempo.

 

Rivas Sacconi quedara en la historia por haber dilapidado enormes sumas de dinero en casi medio siglo rindiendo homenajes y ditirambos a la mas cursi y reaccionaria intelectualidad de las derechas católicas europeas a quienes obsequiaba, sin vergüenza alguna, un tomo delirante de anacolutos y latinajos divagando sobre el “humanismo” de los Chibchas, la Conquista Española, las Guerras de Independencia y sus secuelas en las Civiles, hasta los mismos días de la consolidación de la Republica Conservadora luego de la traición de Nuñez y el zarpazo de Caro para favorecer al Vaticano como latifundista de la educación de los colombianos durante casi un siglo.

 

Pero si El latín en Colombia: bosquejo histórico del humanismo colombiano [1949]  es a duras penas comparable en extravagancia a Los tipos delincuentes del Quijote de Ignacio Rodriguez Guerrero, a Rivas Sacconi debemos dos de sus Golem: el presidente de la Isla de Grenada durante la invasión de 1983 y el asesinato de Maurice Bishop, y los veinte años de desbarajuste, comilonas y borracheras de su primo Ignacio Chaves Cuevas, ese Yago de la cultura colombiana, acusado, entre centenares de quejas en la Procuraduría General de la Nación, de irregularidades en la concesión de títulos , como aquel Doctorado a José Manuel Rivas Sacconi,  o el saqueo de la biblioteca, contratos irregulares con editoriales o fundaciones, recibiendo cuantiosas multas impuestas por la Dian por ausencia o desaparición de registros, remociones arbitrarias del personal docente, manejo inescrupuloso del presupuesto, desempeños incompatibles con la dirección del instituto, gastos suntuosos en vehículos y consumos, o haber cobrado sueldos a otras instituciones nacionales estando pensionado por el estado, o el nombramiento como  investigadora  de la hija de uno de sus amigotes, sin otro mérito que no haber terminado su carrera de pregrado y saber nada sobre el asunto que le asignaron; otra investigadora ni siquiera había ingresado a un centro docente y otra más, resultó ser sobrina del subdirector, etc. Se dice que las quejas llegaron a 6000 en veinte años.

 

A todo ello hay que agregar el tráfico de influencias consumado a través de las publicaciones [1800 títulos aproximadamente] en una imprenta de linotipo cuando ya bien entrado el siglo XX los libros se hacían casi que en los talleres de Gutenberg, contaminando de plomo los pulmones de los operarios y desperdiciando papel y tiempo en su manufactura, a sabiendas que todo ello no era rentable ni útil. Según el informe de 800 páginas que Hernando Cabarcas dejó a Iriarte, en las bodegas del instituto había más de 700 mil ejemplares de esos títulos, entre ellos la obra completa del Doctor Otto Morales Benitez en tres tomos de más de 1000 páginas cada uno. Y eso, dice Cabarcas, que ya habían concedido unos cuantos cientos a la intelectualidad colombiana que orienta el polígrafo caldense.

 

Luego vendría la administración de Hernando Julio Cabarcas Antequera, experimentado ex gerente del impoluto Instituto de Cultura y Turismo de Bogotá durante la insolente alcaldada de Antanas Zaranka Sibilas, el mismo que mostró su culo y se meó ante un grupo de estudiantes, inventor del mejor método para enchusparse la plata pública, una cosa llamada la Cultura Ciudadana, quien, según numerosas noticias, arrasó con todo lo que había dejado en pie Chaves Cuevas, trasladando antiguos empleados a puestos inferiores y lugares insalubres, obligando a la renuncia de varios jefes de departamentos, trasladando la sede administrativa a la sede docente, modificando la casa natal de Cuervo y convirtiéndola en oficinas “sin el respectivo estudio de riesgos ni planeación, haciendo adecuaciones durante las horas laborables, exponiéndonos a toda clase de ruidos, olores, polvo e incomodidades propias de una situación donde se están quitando o levantado paredes, pintando, haciendo perforaciones con máquinas, etc., motivo por el cual muchas personas estuvimos afectadas de bronquitis, rinitis, sinusitis, etc.”, causando con ello la desaparición del Museo Literario (archivo, objetos personales de don Rufino José Cuervo y de otros autores de la cultura colombiana) y del Seminario Andrés Bello, donde trabajaban los doctores  Cándido Aráus, José Joaquín Montes Giraldo, Alfonso Ramírez, Heleen Pouliquen, Jaime García Maffla y Diógenes Fajardo, eminentísimos profesionales que se disputan dia a dia mas de cinco centros docentes donde imparten sus saberes, etc., etc.

 

El modelo de estos directores fue sin duda el Doctor Rivas Sacconi, director entre 1949 y 1982 del Instituto, donde había ingresado en 1944, y que sin dejar nunca el cargo fue también Ministro de Relaciones Exteriores de la dictadura, embajador en Italia y la Santa Sede, luego del más grande servicio [Véase la revista THESAURUS. Tomo LI. Núm. 3 (1996)] que prestara a la patria como intermediario [1980], junto al israelita Victor Sasson, del gobierno de Turbay Ayala durante la toma de la Embajada de la Republica Dominicana por el M-19. Rivas Sacconi consiguió en una sola noche el millón de dólares que pedían los guerrilleros y que el gobierno de Colombia no podía sacar de su bolsillo sin infringir la ley. Por algo había estado en el Caro y Cuervo, el más enigmático de los institutos de Colombia.

 

Thesauros, n° 1456, Siracusa, 2011

 


 

[1] Según Fernando Vallejo, en declaraciones para El País de Madrid del 24 de Junio de 2012, Genoveva Iriarte es “una burócrata indolente e inepta, que no raja ni presta el hacha, que no hace ni deja hacer, y cuyo nombre, aprovechando la tribuna y la ocasión, en este punto digo con mi encarecida solicitud a la ministra de Cultura de Colombia de que la destituya.”

 

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